Me abrazo a tu calor, a tu silencio, tus latidos hago míos, mía tu respiración -que inhalo sediento- y me dejo arrastrar por tu sueño, por sus rincones húmedos de miedo, sus valles secos de rencor.
(En tu escondida mirada el perdón, mi condena.) Sentado en tus rodillas vuelvo a nacer el mismo día en que me dí por muerto.
Te cedo el verbo, lo que me queda de tí, lo ya poco que tengo con tal que no saltes a lomos del fin y te arrastre allá el aire a donde musitan palabras tejiendo disfraces.
Te brindo esta rima, las llaves del alma y que abras sus puertas si sabes, derroco mi silla con tal que no marches devorando el recuerdo, sembrando en sus huecos verdades.