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Me abrazo a tu calor, a tu silencio,
tus latidos hago míos,
mía tu respiración
-que inhalo sediento-
y me dejo arrastrar por tu sueño,
por sus rincones húmedos de miedo,
sus valles secos de rencor.
(En tu escondida mirada
el perdón, mi condena.)
Sentado en tus rodillas vuelvo a nacer
el mismo día en que me dí por muerto.
I (+)
Ocre es la hoja en el recuerdo,
eclipse parcial de fe
esperando tu llamada.
II(+)
El silencio abandona las ramas,
impaciente el carpintero
llama a las puertas del bosque.
III(+)
Viene corriendo y me abraza,
la espera es mucha distancia
para esas piernas tan cortas.
IV(+)
Vuelve a calzar mi camino,
en el lodazal la soledad
no deja marcada huella.
Sueños en una pecera
que nunca irán a ninguna parte,
llegando al principio desde el principio,
amantes del refjejo que los contempla.
Como gotas de lluvia enfadadas
-pataleando su rabia tras la ventana-
lanzan mentiras que nadie escuchará
contra el cristal.
Misma mirada siempre al otro lado,
la de esa mano que les da de comer
y les mantiene vivos.
Esa es su ansia,
su desgana,
su rendición.
Blanca pecera sin nada escrito
más que esos sueños que alguna vez
fueron míos.
Los versos que malcrié,
letras que aprendieron a fingir
redimir su castigo.
La mentira en que fuimos
la verdad donde no somos.
Que necio al creer sabría encontrar
con los ojos abiertos.
Suelto tu mano y tiemblo
tan fuertemente que la luz me atraviesa.
No hay figura en la pared
donde busco las razones.
No se esculpió palabra alguna
capaz de retenerte.
Lejos de mí estás más lejos
de lo que nunca creí sentir.
Atada a las horas
la espera deshilacha mi sonrisa.
No hay más de lo que soy,
la piel sin caricias sólo es frío,
los ojos sin miradas sólo luz,
los labios sin el beso sólo verbos.
El alma que perdí quedó atrapada
allá lejos,
en tu último abrazo.

El mar sigue anclado
a su yerto reloj,
demasiados deseos envueltos en piedra
que no volverán
saciaron su hambre.
Sus olas arrastran recuerdos,
todos tan breves, intangibles,
imposibles de amarrar a la huella
y con ese regusto a sal
que agrieta la mirada.
Inquieto espejo que deforma
naufragados destinos.
Pálida luz descosida en perlas
que la red jamás pescará.
Te cedo el verbo,lo que me queda de tí,lo ya poco que tengo con tal que no saltesa lomos del fin
y te arrastre allá el airea donde musitan palabras
tejiendo disfraces.
Te brindo esta rima,
las llaves del alma
y que abras sus puertas si sabes,
derroco mi silla
con tal que no marches
devorando el recuerdo,
sembrando en sus huecos verdades.
Te doy lo que fuí,
ateo creyente de un ángel...
... todo lo que soy,
aquello que un día creaste.