Se escucha repicar, a lo lejos, el tañir del viejo campanario jugueteando entre las calles, delineando los latidos de la espera -no hay color cuando la luna decide no aparcar en doble fila-. En los edificios algunas ventanas se iluminan como estrellas en la noche dibujan una constelación que no consigo averiguar. A su falda, plantados y caprichosos en su respiración, los semáforos a esta hora ya bombean poco ruido en lo que es el descanso del dragón. Todo parece tranquilo, todo huele a maullidos y jazmín. Hora de echar persiana a las palabras y cerrar con candado las ganas de buscar.
A lo lejos la verdad y mientras tanto, aquí en la orilla, se derrite el sol borrando cualquier huella. No queda sombra en las esquinas cuando la voz torna apetito y devora las miradas -dirán que aún pienso en tí sin ser del todo mentira-.
Como tratar de pescar con la caña de mis dedos alguna isla, aquella en la que alguien dejó tendido y secándose el anzuelo, donde el viento quedó enganchado incapaz de despeinar ya siquiera el cabello en alguna de tus muchas fotos. Hoy la pregunta no es aquella pared contra la que hacía rebotar la sonrisa -y aún así dirán que todavía pienso en tí sin ser del todo mentira-, hoy es tan sólo el espejo donde olvidé, escrito en vaho, lo que esperaba llegar a ser dentro tuyo.